Ghenie o el sueño de la razón que produce frankensteins

No parece sencillo imaginar la sala de un teatro y un público expectante ante la primera proyección de la primera película de la historia del cine de Auguste y Louis Lumière. Los espectadores no dejarían de mirar de un lado a otro hasta que, en el enorme lienzo iluminado, empezaran a desfilar los obreros saliendo de una fábrica de Lyon. Sólo podemos intuir aquella sensación de sorpresa, fascinación, incluso incertidumbre, que debieron experimentar aquellos espectadores. Y no parece fácil imaginarlo porque nuestra retina y capacidad de sorpresa se ha ido haciendo más insensible ante el paso de los 120 años más sorprendentes de la historia de la humanidad y del arte; desde la invención del método para hacer fuego a nuestro antojo, de la rueda o desde que un artista que no sabía que era tal, realizó las pinturas de las Cuevas de Altamira. Diecisiete mil años desde aquellas pinturas podrían hacer desaparecer cualquier atisbo de sorpresa ante el hecho de la pintura. De hecho mucha gente ha supuesto, desde hace décadas, la muerte de la pintura como un hecho de argumentos tan irrefutables como los que podríamos otros usar para considerar tan deseo, la mayor de la idioteces pseudoconceptuales.
Es por tanto indudable que la pintura tiene la cualidad de sorprender paradójicamente aún más que ciertos avances tecnológicos o científicos en la era donde la ciencia ficción ha dejado de serlo para transformarse en realidad cotidiana. Y para eso es necesario hacer el paralelismo con la experiencia realmente misteriosa e imprevisible de descubrir, en una sala de museo, una pintura que sea capaz de poner en evidencia a los necios que dudan aún de la pintura. Esa emoción se acentúa ante algunos artistas, que como directores de cine, son los que guían nuestra mirada por el espacio expositivo. Aún puedo recordar las sensaciones que experimenté cuando la Gallerie dell’Accademia de Venecia decidió abrir sus puertas en horario nocturno y pude pasear por su interior. Y en ese escenario de silencio, soledad absoluta, temperatura por debajo de lo aconsejable para un museo y nocturnidad, vi por primera vez La Tempestad de Giorgione. Obviamente conocía la obra que era un recurrente en muchos exámenes de mi juventud pero como el rayo blanco del cuadro, algo en aquel momento rompió mi serenidad.
De forma similar a Giorgione, Adrian Ghenie es un pintor que sabe cómo se puede crear el suspense, cómo dirigir la escena y también, cómo se consigue provocar en el espectador, esa mezcla mágica de desasosiego y expectación que tantos artistas desean y sólo unos pocos conocen. Ghenie utiliza magistralmente estos códigos, muy cercanos a los efectos que se pueden ver en el séptimo arte. Se esfuerza en dejar rastros de incertidumbre, interrogantes en el ambiente e incógnitas sin resolver. Lo que se puede sentir ante su pintura es algo parecido a la sensación de ser el actor secundario de un thriller, con unos guiones y localizaciones muy cuidados, casi diseñados con la intención de introducir lentamente al espectador en la historia, dejándole atrapar en cada gesto. Y el espectador es actor secundario porque el papel principal está reservado a personajes que son iconos de la historia contemporánea. Protagonistas que han cambiado por sus actos el ritmo y la velocidad de la historia, la ciencia y el arte y que han conseguido en repetidas ocasiones despertar la sorpresa siempre desde el pensamiento no desde el efecto. Hablamos de algo parecido al misterio y suspense que el espectador ha padecido en North by Northwest (1959) o Psicosis (1960) de Hitchcock, o en la popular serie Twin Peaks (1990) de Lynch, dos de los realizadores que son referentes para el pintor.
Cada pintura de Ghenie es un complejo e intelectual laberinto de tortuosos caminos, en los que, cada esquina, oculta una sorpresa o un detalle inusual que añade carga emocional a una atmósfera en absoluto serena. Y lo hace apelando a sentimientos y recuerdos autobiográficos, a códigos que son inherentes a todo ser humano y que forman parte notable de la memoria colectiva. En la mayor parte de su obra hay un impacto sensorial e intelectual que va más lejos del estrictamente visual. Las figuras y retratos de personajes conocidos y reconocibles, muestran un lado oscuro. Son rostros que están intencionadamente deformados o en ocasiones superpuestos a otros, como buscando la creación de un nuevo personaje al más célebre estilo shelleyriano, pero desde la cordura más intelectual imaginable. No es la conciencia del espectador la que juega una broma macabra ni el experimento de un científico loco, sino la actitud del artista que coquetea con la creación, como un Prometeo del siglo XXI, y que queda patente en pinturas como Self-Portrait as Charles Darwin 3 (2012) o Study for “Boogeyman” (2010). Logrando que el ejercicio de la memoria impacte contra el muro de las emociones. Ghenie juega y utiliza sin recato esos trucos. Hechos, acontecimientos, referencias y personajes históricos, siempre remodelados, de forma que realidad y ficción se confunden y retroalimentan como en un experimento alquimista. No se conoce el mecanismo mental por el que siguen permaneciendo en nuestros recuerdos determinadas iconografías y estereotipos pero el artista llama la atención sobre la forma en la que el subconsciente social ha capturado y tratado estos hechos, haciendo suyos todos estos recuerdos individuales y formando un relato homogéneo, más próximo al género del ensayo que a la novela, en torno a estos personajes o acontecimientos.
Su técnica ha evolucionado a medida que ha ido experimentando y saciando su curiosidad. En sus comienzos, sus referencias pictóricas como lo fueron antes de alguna manera las de Bacon, se encontraban en clásicos como Velázquez, pero en los últimos años su discurso artístico ha dado un giro hacia la abstracción, que le ha llevado a experimentar también de una forma novedosa con el color. En sus obras recientes se descubre una desintegración de la figura y una aproximación a artistas como Rothko o Juan Uslé, entre otros. Y esos cambios también se aprecian en los tamaños del lienzo que ahora adopta diferentes formatos, de pequeña y gran escala guiado únicamente por la necesidad de ponerse a prueba con sus retos en una actitud de lucha permanente con la dificultad y de búsqueda de la aventura de riesgo.
Ghenie hace referencia a periodos históricos especialmente conflictivos, como la II Guerra Mundial o la Guerra Fría, que aparecen de forma recurrente en sus pinturas. La lucha de poderes entre ideologías determinó el curso de la historia en aquella época pero el pintor vuelve a superar los límites permisibles. Más allá del formalismo de los hechos, busca adentrarse en su propia percepción personal, en cómo fue educado y en la perspectiva con la que se vivieron estos acontecimientos en el seno de su familia. Personajes como Adolf Hitler protagonizan algunos de sus trabajos, pero aparecen como figuras espectrales, como fantasmas o monstruos generados en una pesadilla goyesca de la razón. La capacidad de abstracción en estos trabajos es tal que se pueden percibir ciertos aspectos inimaginables en una pintura o en el cine, como la temperatura o la energía ambiental.
No sólo los episodios conflictivos son la fuente de su inspiración. También sus referencias artísticas, científicas o musicales van desde numerosas obras inspiradas en Van Gogh y su vida, a Charles Darwin o Elvis Presley. Tal vez todos estos iconos esconden algún mensaje que no se ha revelado aún, pese a que todos ellos forman parte de nuestro imaginario colectivo y prácticamente cada detalle de sus respectivas vidas es conocido. Al dotarles de esta dimensión espectral, la sensación es otra: hay algo más que no se conoce, un secreto oscuro o un hecho insólito que ha marcado el desenlace de sus vidas y que una inspiración genial del artista pone de manifiesto.
Como el guionista de una película, Ghenie propone un escenario y unos actores, un guión y una localización, además de contar una historia dramatizable. Pero como en todo relato literario, no se sabe si la realidad es la que supera a la ficción, manteniendo el misterio se hasta el final, suponiendo que este tipo de historias no sean otra cosa que una puerta de gusano que traslada al espectador a una dimensión no explorada anteriormente y, por tanto, sorprendente. La aventura está servida por Adrian Ghenie que, por tanto, es de los pintores que siguen destruyendo los mitos absurdos sobre la finitud del proceso homeostático de algo que está tan vivo como la propia pintura.
Fernando Francés
Director CAC Málaga
Inauguración de la exposición de Adrian Ghenie: viernes, 12 de diciembre a las 20:00h.

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