Ella se llama Aelita Andre, vive en Melbourne, tiene tres años y todos los cuadros que hay en la imagen son suyos. Pinta con sus propias manitas y tiene obras en colecciones de Europa, Asia y Estados Unidos. Hasta 26.000 dólares se han llegado a pagar por una de sus creaciones. Sus padres, pintores aficionados, dicen que sólo la ayudan poniéndole el lienzo delante y abriéndole los tapones de los tubos del color que ella elige. Luego, ella hace arte.¿O juega?
Porque el caso de Aelita ha reabierto una vez más, en Australia y en medio mundo, el debate en torno a las excelencias artísticas de la disciplina abstracta. «Esto lo podría haber pintado un niño», murmuran muchos visitantes ante algunos de estos cuadros. ¿Profanos en la materia? Quizás. ¿Ignorantes? Tal vez. Pero lo cierto es que personalidades como el director del Museo Reina Sofía han calificado de «clara estrategia de marketing» el caso de Aelita y un psiquiatra infantil considera «difícil de creer» que casi antes de andar (Aelita empezó a pintar con 19 meses) se tenga concepción artística. Ella, angelita, no se lo plantea. Mírenla en su web y véanla reír mientras espachurra los tubos, refriega sus manos en el lienzo y hasta lo besa. Ojalá no acabe convertida en un juguete roto.
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