La capital británica siempre ha sido considerada como la ciudad cultural europea por excelencia tras la decadencia de París a raíz de la II Guerra Mundial. Cuna del teatro moderno a partir del Globe Theatre donde Shakespeare estrenaba y representaba sus obras, la multitud de teatros del West End han pugnado con el Broadway neoyorquino por la primacía de este género. Museos como el British Museum, la National Galery, el Tate Modern, Somerset House, etc albergan algunas de las joyas artísticas europeas. Por no hablar de los cientos de espectáculos y actuaciones que se repiten cada noche en bares y pequeños locales de la ciudad.

Sin embargo, Londres también cuenta con una fuerte actividad cultural a pie de calle. Ni la lluvia que abunda en la capital británica ni el molesto frío que suele imperar en sus calles impide que cada día cientos de personas ofrezcan actuaciones a la intemperie tanto para mostrar lo que tienen en su interior como para sacarse unas libras aprovechando el tirón del turismo, que se mantiene a lo largo de todo el año independientemente de la estación en la que se esté. Y es que los más de 30 millones de turistas que visitan cada año esta ciudad buscan, prácticamente en su totalidad, cultura. Y buena parte de ellos visitan básicamente los mismos lugares. Incluso personas que acuden con cierta frecuencia a Londres, pasean por los mismos lugares.
Uno de los lugares más agradables y bonitos para pasear es la orilla sur del río Támesis, en el tramo que discurre entre Westminster Bridge (donde se encuentra el Big Ben) y el Shakespeare Globe Theatre, muy cerca del Southwark Bridge. Y también es una de las zonas más visitadas de la ciudad. Y los distintos artistas anónimos lo saben y pueblan esta zona mostrando al público sus espectáculos. De esta forma se consigue una mezcla impresionante entre los edificios de la orilla norte, como el Parlamento, la catedral de San Pablo, Somerset House, The Temple y una larga lista de joyas arquitectónicas hasta llegar a la Torre de Londres, y las exhibiciones de los artistas callejeros.
Aunque era un sábado de mediados de octubre y el frío era ya intenso, todo este precioso paseo se encontraba abarrotado de gente. Turistas en su mayoría. Numerosas estatuas humanas esperaban impasibles que cualquiera les echara una moneda para tener el alivio de poder moverse. Nunca he entendido cómo se queda le gente parada mirando una persona que no se mueve apenas.
Pero no sólo estatuas con los trajes más originales invaden este paseo. A lo largo del recorrido nos encontramos con un tragasables muy especial y, como no podía ser de otra forma entre este colectivo con tintes bohemios, también disfrutamos del tango. Un argentino simpatiquísimo que lleva varios años en la capital británica bailaba con su pareja, también muy especial, esta música tan tradicional y, al mismo tiempo, ya tan universal.
Y como no podía ser de otra forma en una ciudad tan eminentemente urbana como es Londres, un grupo de chavales que no alcanzarían los veinte años ofrecían un espectáculo de baile urbano. Lo que más me llamó la atención de este grupo era la diversidad racial existente entre sus miembros. Se trata de la muestra más palpable de los habitantes londinenses y que supone, a mi parecer, uno de sus principales encantos. Era la exhibición que mayor número de personas reunía a su alrededor.

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